21 de noviembre de 2024

Tal vez convencida de que la única opción para reconquistar los escenarios de los malos recuerdos es visitarlos a cara descubierta, la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Kamala Harris, viajó este martes a Milwaukee para ofrecer un mitin en la cancha de los Bucks, el equipo de baloncesto de la ciudad.

Es el lugar en el que en julio se celebró la Convención Nacional Republicana; el mismo parqué sobre el que Donald Trump, su rival en las urnas, dio hace 33 días ―que más bien parecen una eternidad― un larguísimo discurso para aceptar la designación de su partido como candidato a la Casa Blanca. “Tenemos que llenar este estadio”, exclamó la vecina de Chicago Nathalie Castillo, asistente al acto electoral, horas antes de su inicio. “¡Hay que limpiarlo como sea de los malos espíritus!”.

Fue una jugada atípica por parte de Harris, que convocó junto a su candidato a la vicepresidencia Tim Walz, gobernador de Minessota, a una multitud de unas 15.000 personas, según datos de su campaña. Prácticamente, llenaron todas las butacas disponibles en el Fiserv Forum, mientras en Chicago, a una hora y media al sur, el Partido Demócrata celebraba la segunda jornada de su Convención Nacional. Marcharte de tu propia fiesta para montar otra en la casa de al lado, tal vez no sea la mejor de las ideas a priori… Pero si se trataba de recuperar para el imaginario demócrata a Milwaukee y de, además, dar un golpe de efecto en la ciudad más poblada de Wisconsin, Estado que volverá a ser decisivo en las urnas en noviembre, el plan del martes se antojó también una jugada redonda.

Los presentes en el Fiserv Forum conectaron por las enormes pantallas que sirven de marcador en el estadio la cancha de baloncesto en la que se celebra la convención para ver cómo las delegaciones votaban por unanimidad la designación ceremonial de Harris como candidata, animadas por una música que subrayaba la procedencia de cada cual. Y cuando esta empuñó, pasadas las 20.00 horas, el micrófono en Milwaukee, el programa se detuvo en Chicago para verla durante dos minutos por vídeo hablar por primera vez como candidata oficial a los 4.500 delegados de la convención, y con ellos, a la audiencia planetaria que arrastra el cónclave de la formación (57 millones en la jornada del lunes).

Harris agradeció a Joe Biden los servicios prestados, como viene siendo su costumbre desde que el presidente renunció a perseguir la reelección y le dejó a ella el camino libre, un camino de momento jalonado por el entusiasmo de votantes y donantes que a partir del viernes, cuando la fiesta de Chicago haya terminado, se adentra en el momento de la verdad: el de pasar de las posibilidades a la tozuda realidad. “No creáis que el trabajo está hecho”, dijo la candidata, “hay mucho pendiente hasta noviembre”.

La vicepresidenta presentó su opción como la única capaz de defender la libertad en Estados Unidos, una palabra que se repetía una y otra vez en los carteles que los voluntarios repartieron entre el público y en los mismos lugares por todo el estadio en los que en la Convención Republicana se reproducían en julio decenas de fotografías de Trump. “Estoy hablando”, aclaró, “de la libertad de una mujer para tomar decisiones sobre su propio cuerpo y de no permitir que el Gobierno le diga qué hacer”, dijo Harris. “Por cierto, no sé qué les pasa a esta gente [los republicanos]: simplemente parecen no confiar en las mujeres. Pero bueno, nosotros confiamos en ellas”.

Harris también defendió su (un tanto populista) propuesta económica, presentada la semana pasada. Dijo que espera reducir el precio de la cesta de la compra para los estadounidenses, poner coto a las grandes farmacéuticas y bajar el coste de la vivienda. “Esto no va solo de nosotros contra Trump”, añadió después. “Esto va de dos visiones muy diferentes de América. Una se centra en el futuro, la otra, en el pasado. Y en Wisconsin, luchamos por el futuro”, advirtió Harris, que destacó su origen de clase media y el de su compañero de papeleta (”solo en América algo así es posible”, agregó) y tuvo que detener su discurso cuando un asistente se desmayó. “¡Ese es el aplomo con el que reacciona una presidenta!”, gritó, una vez hubo pasado el susto, alguien entre el público.

 

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